La semana pasada mi mujer tuvo que ausentarse una tarde-noche. Al llegar del trabajo me encontré en casa con un reto complicado: encargarme en solitario (algo muy poco habitual), de que mis dos hijos (niña de 9 años y niño de 4) cumplieran con sus obligaciones domésticas.
En mi libro y en mis clases siempre pongo como ejemplo que se puede gamificar casi todo, incluso las tareas domésticas con el objetivo de que nuestros hijos mejoren su comportamiento y vean las labores domésticas no como una obligación, sino como un reto, un juego. Así que decidí poner en práctica lo que tanto tiempo llevo predicando:
Paso 1: Las mecánicas
Buscar lápiz y papel y hacer una tabla con el nombre de los dos niños.
Indicar las tareas que tienen que hacer y asignarlas una serie de puntos.
Ducharse (3 puntos)
Lavarse el pelo (o dejárselo lavar) (4 puntos)
Secarse bien (3 puntos)
Ponerse el pijama (2 puntos)
Ayudarme a preparar la cena (4 puntos)
Lavarse los dientes (2 puntos)
+ 2 puntos extra por 2 misiones sorpresa que introduciría a lo largo de la tarde-noche
Paso 2. Las reglas
Tuve que explicarlos que el juego no consistía en una competición de velocidad, que fue lo primero que entendieron. Se trataba de hacer las cosas bien, cada uno a su ritmo para obtener unos resultados perfectos y por lo tanto el máximo de puntos.
Paso 3: El objetivo
Conseguir 20 puntos.
Paso 4: El premio
Un par de sobres de cromos de la liga de fútbol (0,60 € cada sobre).
Decidí establecer un premio real, pero podía haber optado por uno no económico sin variar los resultados y su comportamiento. Un ejemplo: que el que ganase eligiese la película que verían en la tele el fin de semana.
Las dinámicas
– Competitividad.
– Regalos.
– Reconocimiento.
– Superación personal, autoexpresión.
Los que no crean en la gamificación o duden de sus resultados se estarán preguntando la diferencia entre lo que hicimos y haberlos prometido que si se portaban bien los compraría cromos de la liga. Pues bien, hay algunas y muy importantes:
– Mis hijos asociaron las tareas a un juego y me pidieron que lo repitiéramos todos los martes.
– Para ellos supuso un reto, se esforzaban en hacerlo lo mejor que podían para ganar el máximo de puntos.
– Durante el tiempo que estuvieron haciendo las tareas obligatorias tenían la sensación de estar jugando a un juego.
Si no hay juego, el individuo querrá terminar las tareas para conseguir el premio, sin embargo si hay juego de por medio, el jugador se verá motivado, querrá jugar y tratará de hacerlo (jugar) lo mejor posible.
Si esto es aplicable a un nivel tan básico, imaginaos cómo funcionaría a nivel de empresa con empleados o clientes. Solo os diré que aún faltando mi mujer fue el día que menos he trabajado en casa.
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Madrid, 7 de octubre (José Luis Ramírez C.)